viernes, 17 de agosto de 2012

Liborismo, símbolo indeleble de las luchas del campesino del Sur dominicano

Santo Domingo.- A inicios del siglo XX, cuando la República Dominicana atravesaba uno de los momentos más difíciles en su historia, emerge la figura de un líder campesino que amparado en su poder interpelador, cautivó miles de personas y se erigió como una de las figuras más trascendentales de la cultura del sur del país.
Liborio Mateo fue un campesino analfabeto de La Maguana, comunidad de la provincia de San Juan; quien a pesar su nula cultura libresca, según las declaraciones orales que antropólogos, sociólogos y estudiosos de la cultura han recogido, se deduce que era un hombre sabio.
Se cuenta que junto a su sabiduría, los conocimientos curativos del “santo de La Maguana” se potencializaron con las instrucciones de un antillano llamado Juan Samuel. De este hombre que le enseñó las artes de la curandería no se ha podido precisar su procedencia, algunos dicen que era jamaicano, otros que era martiniqueño.
¡Que salga el mal y entre el bien!
En el imaginario alrededor de Liborio, el aspecto que se presenta como preponderante es la bondad inconmensurable que se le atribuye. Lo primero que narran de su líder es su capacidad de entrega hacia las personas de la comunidad.

Bartolo Hernández, servidor de misterios liboristas.
Foto: Juan Camilo Cortés

“Curaba gente, era misionero, daba consejos, ayudaba a las personas que estaban más en crisis”, manifiesta Bartolo Hernández, campesino de La Maguana y servidor de misterios liborista.
Como líder mesiánico,  la labor de Mateo trascendió el contexto del arte de la curandería. Su misión implicaba la promoción de ideas de transformación social vinculadas a filosofías religiosas que sustentaran el accionar revolucionario y la espera de un mundo mejor.
El lema de la filosofía liborista invoca bienestar colectivo a través de la frase: ¡que salga el mal y entre el bien! En este sentido, el mal  se refiere a todas los factores que impiden la convivencia armónica y equitativa entre los seres humanos.
“El hombre que es guapo, nunca come caballá”
Las devastaciones agrícolas que provocó la Primera Guerra Mundial, convirtieron las plantaciones de caña del Caribe en bienes codiciados por las potencias económicas mundiales de la época.
Este contexto, junto a las deudas que los gobiernos dominicanos habían acumulado con comerciantes agiotadores, quienes cambiaban letras de cambio y efectos públicos por dinero metálico, incrementó la vulnerabilidad económica y política del país.
Otro factor de inestabilidad lo representó la firma durante el gobierno de Mon Cáceres de la Convención Dominico-Americana en 1907, que otorgó las aduanas del país en garantía a los pasivos asumidos.
Poco después, los conflictos entre Juan Isidro Jiménes,  presidente de la República y Desiderio Arias, ministro de Guerra, fueron utilizados como excusa para el apoderamiento por parte de tropas estadounidenses de los puertos dominicanos.
Dentro de las primeras ordenanzas del nueva régimen fue prohibir la tenencia de armas y explosivos, censura rígida en todas las publicaciones y en cualquier opinión sobre el comportamiento norteamericano en el país.
Los políticos y clase burguesa asumieron de maneras distintivas la intervención, pero parte de ellos  asumieron resignadamente la nueva situación y otros, colaboraron con las autoridades.
En los inicios, los campesinos fueron quienes hicieron una oposición más fuerte a la invasión, pues sentían de manera directa como el reciente orden económico lastimaba su agricultura de subsistencia.
En este contexto, emerge en las encumbradas y exuberantes montañas de San Juan el movimiento liborista, como manera de resistir a los abusos cometidos contra los campesinos, que en esa época, representaban la mayoría de la población.
El Maestro Liborio o Papá Liborio, como comúnmente es referido por sus seguidores, inicia su labor como líder religioso en 1908.
Después de haber desaparecido y sobrevivido a un ciclón, proclamó que había vuelto a La Maguana enviado por la “mayor fuerza divina” para predicar y curar enfermos.
El movimiento alcanzó una magnitud importante, más aun si tomamos en cuenta que hacia Liborio acudían grandes cantidades de campesinos provenientes de las regiones Norte y Este, en un país que para la época contaba con pocas vías de comunicación.
Para las autoridades gubernamentales el liborismo representó un serio problema porque reforzaba el aferro a unas tradiciones que contravenían con la intención de mostrar al país como una nación en vías de progreso.
En otro sentido, el liborismo representaba para las fuerzas de poder de la época, un peligro a la hegemonía política, por su búsqueda expresa de reivindicaciones socioeconómicas para el campesinado y la forma de los seguidores de vivir al margen del Estado oficial.
La figura de “El Maestro” cobra mayor importancia cuando en 1917 acompañado de un grupo de mil seguidores enfrenta a tropas estadounidenses.
Según la prensa de la época, Liborio fue asesinado junto con algunos de sus discípulos, el 27 de Junio de 1922 por marines norteamericanos, y su cuerpo expuesto en una plaza pública en San Juan de la Maguana.
A noventa años de su ejecución, Liborio y el movimiento revolucionario religioso que impulsó, continúan siendo un referente de las reivindicaciones económicas y culturales, ya no sólo de los campesinos, sino de todas las clases subalternas dominicanas, que luchan por condiciones de vida más justas y que resisten a las imposiciones de patrones de conducta y creencias espirituales de las clases dominantes.